“Señor, haz de mi un instrumento de tu paz.
Que allá donde haya odio, yo ponga el amor.
donde haya ofensa, yo ponga el perdón.
donde haya duda, yo ponga la Fe.
donde haya desesperación, yo ponga la esperanza.
donde hay tinieblas, yo ponga la luz.
donde hay tristeza, yo ponga la alegría.
Oh Señor, que yo no busque tanto ser consolado, cuanto consolar,
ser comprendido, cuanto comprender,
ser amado, cuanto amar.
Porque es dándonos como recibimos,
es olvidándonos de nosotros mismos como nos encontramos,
es perdonando, es como nos perdonan,
es muriendo como se resucita a la vida eterna.”
Probablemente tendría unos 7-8 años cuando me enseñaron esta oración. Desde ese momento marcó una gran impresión en mí. Me parecía tan honesta y cierta: si todos viviéramos de esta manera, seguro en el mundo no habría tanto sufrimiento y guerra. Cuando tenía unos 18 años la olvidé, así como olvidé cualquier práctica religiosa porque mi “mente científica” no podía explicar ningún fenómeno espiritual, así que lo descarté como falso e inútil. Desde entonces, me ha tomado más de 10 años y un diagnóstico de esclerosis múltiple para reconciliarme con mi espiritualidad. La enfermedad me cambió muchas cosas, entre ellas, mi definición del mundo y de mi ser. Donde antes veía solamente el mundo material, hoy veo un sistema energético interconectado y entiendo la importancia de incorporar prácticas espirituales en mi día a día. Para mí la espiritualidad va muchísimo más allá de la religión y también creo que las dos pueden ser complementarias. Para mí la espiritualidad es aquello que me ayuda a ser mejor cada día, que me da esperanzas y me ayuda a sentirme conectada conmigo misma, con los demás y con el universo en general. Es una práctica muy personal en donde no deberíamos juzgar.
Con la religión todavía no he hecho 100% la paz, pero me siento tranquila con lo que he avanzado y cada vez que participo en algún ritual religioso, me siento conectada con la esencia más pura de lo que el acto significa y trato de dejar de lado toda la problemática moderna frente al tema.
La meditación con mantras y la oración de San francisco de Asís se han convertido en dos de mis prácticas espirituales más poderosas, las cuales me ayudan a mantenerme en mi centro, me recuerdan mi esencia y mi propósito de vida.
No me siento a interrogar si hago bien o hago mal mezclándolas, porque para mí esta mezcla funciona a la perfección.
La oración la rezo en la mañana y en la noche, pero también antes de hacer cualquier sesión de coaching o de tener alguna conversación importante. Por que? Porque las palabras me recuerdan que mi propósito es ser paz, luz, amor y perdón. La oración me acuerda cada vez que estoy entrando a una discusión, que en vez de pelear y tratar de tener la razón, debo amar, soltar y guiar.
La meditación me ayuda a controlar mis pensamientos, a relajarme. En las mañanas me recuerda que soy yo quien dirige mi vida, que soy yo quien puede controlar lo que pienso y hago. De esa manera, me recuerda que no soy víctima de mis circunstancias, sino soy la creadora de ellas. También me da más foco, me ayuda a identificar lo importante y me ayuda a ser más eficiente en mi mensaje.
Mi invitación hoy no es a que repitas lo mismo que yo hago, sino a que encuentres las prácticas que te sirvan A TI. Te invito a que te tomes el tiempo de buscarlas, de personalizarlas y practicarlas. Porque más allá de cierta oración o técnica de meditación, lo que realmente ayuda es algo que te recuerde a ti tu esencia misma, algo que te ayude a centrarte en tus valores, en lo que importa para ti. Deja atrás los estigmas y las creencias, simplemente pruébalo y si sirve para ti, síguelo repitiendo. Te garantizo que si haces esto te vas a sentir en paz contigo mismo, te va a ayudar a ser mejor persona y seguro, tendrá un impacto en el mundo, porque la paz empieza por cada uno de nosotros.
Si quieres aprender más sobre la meditación, te invito a que vayas al siguiente link.